domingo, 11 de marzo de 2007

El Periodismo del Miedo

Sin duda que la sobrevalorada periodista Constanza Santa María, en su evidente obsesión profesional, dejó pasar uno de los títulos que más le ayudarían a tranquilizar su paroxístico estilo de periodismo. Un matemático lee el periódico, de John Allen Paulos, no está en su biblioteca y, probablemente, nunca pasó por sus ojos. Una lástima, porque le habría servido de mucho. A ella y a nosotros, angustiados televidentes de sus crónicas en las que las palabras riesgo, peligro, cuidado, amenaza, alarma y desgracia campan como un manto siniestro que acecha al descuidado ciudadano.
Porque en uno de sus capítulos, el matemático denuncia esa tan fructífera como nefasta alianza entre periodistas y abogados –sobre todo aquellos que representan a personas que afirman haber sufrido perjuicios por culpa de productos o servicios defectuosos– a la que esa alumna aventajada de la escuela periodística de la PUC parece haber adherido hace rato.
Allen parte por reconocer que, seguramente, buena parte de esas denuncias son justificadas, pero pone su crítica en esa moraleja naif con que Santa María y todos los discípulos del periodismo del miedo bañan sus notas: que todos los peligros a los que estamos expuestos se podrían evitar si tan sólo los responsables pensaran un poco más, si las "autoridades" fiscalizaran más y los ciudadanos estuvieran más alertas:

- Nadie puede negar la terrible angustia de las familias y amigos, pero me gustaría ver aunque fuese sólo en una ocasión, algun trabajo periodístico serio que dijese "Todo esto es muy trágico, pero ¿qué política modificaríamos para reducir las probabilidades de estas tragedias sin aumentar por ello las probabilidades de otras?" (...) El dolor de las víctimas y la compasión que suscita se utiliza con excesiva frecuencia para justificar la absurda exigencia de que nunca debería haber riesgos".

- La incertidumbre es, en la ciencia, un estado corriente y a veces inevitable, pero jueces, abogados y jurados se comportan a menudo como si para responder de manera definitiva a todas bastase con que los testigos reflexionaran, los expertos tuvieran tiempo para hacer sus cálculos y se levantaran las tapaderas.

- En un experimento, por ejemplo, se dijo a un grupo de sujetos que un hombre había estacionado un coche en una cuesta y que el vehículo se había deslizado solo hasta una boca de incendio. A otro grupo se le dijo que el vehículo había atropellado a un peatón. Los del primer grupo pensaron, en términos generales, que se había tratado de un accidente; los del segundo grupo consideraron responsable al conductor. Que las consecuencias importantes tengan que ser resultado de descuidos importantes es una superstición encantadora.

Respecto a esto último, ojalá leyeran esto todos los generales después de la batalla que aparecieron tras la inauguración de Transantiago. Todos aquellos que se desgañitan apuntando con el dedo a las "autoridades" por no haber previsto todas las circunstancias que un cambio radical en la vida urbana implica. Todos aquellos que se escandalizan por las supuestamente torpes decisiones que causaron los problemas suscitados sin jamás preguntarse qué hubiese ocurrido si la decisión hubiese sido la contraria (¿serían capaces de asegurarme que no se hubiesen producido los mismos problemas u otros?).

3 comentarios:

Glock dijo...

Magnífico posteo.

Anónimo dijo...

Llegué por tu atinado comentario en elmedioblog. Hacía tiempo que no leía posteos tan inteligentes.

socióblogo dijo...

Mi polola periodista suele citarme el ejemplo de cómo en verano, más o menos en febrero, empiezan a aparecer noticias de los rottweilers que muerden gente, como si de repente las mordeduras de perros se convirtieran en una tendencia general verificable estadísticamente, cuando la verdad es que probablemente es sólo la escacez de noticias que reportear lo que hace que ese tipo de cosas aparezcan más.